lunes, 20 de junio de 2011

Ir al Rocío

Al Rocío, una romería exaltada hasta el paroxismo por los medios de comunicación,  se puede ir de muchas maneras y buscando distintos objetivos. En coche, a pie, a caballo y hasta en carreta de bueyes. Y se puede ir sólo a divertirse con  más o menos control, a estudiar folklore y antropología, a hacer fotos y disfrutar de la belleza estética de muchos momentos y a rezar. 

En privado o en grupo, organizados o  “a lo que salga”, todos parecen caber en ese aglomerado millón de personas que a veces se convierte  en mogollón, y que ocupan caballos, calesas “charrets”, caballos y personas en los espacios, plazas y polvorientas calles de la aldea de Almonte.

Desde luego, y sin exclusivismos, entrar en el corazón de lo esencial de El Rocío, en lo que constituyen sus raíces, sólo es dado a los que entran como romeros a través de una Hermandad (si ésta funciona debidamente). Sus hermanas/os rezan y se encuentran con Dios a través de la devoción a la Blanca Paloma, lo pasan “pipa” bailando y cantando -algunos parecen peonzas en movimiento perpetuo-, bebiendo cerveza, “rebujito” (una mezcla a base de muy poco vino bueno –fino o manzanilla- y limonada,  con hojas de menta y rodajita de limón), que refresca y calma la sed sin subirse  la cabeza y durmiendo poco , muy poco –“en el Rocío, se dice, no se viene a dormir” y yo añado: ¡ni se puede, dado el estruendo que hay!-.

Si hace calor sofocante, sobre toda en las horas centrales del día, se pasa muy mal, pero todo se soporta por las compensaciones posteriores. De ellas hablaré otra  vez.

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