martes, 21 de junio de 2011

Amor a los libros



El aficionado a las librerías es como el que no puede resistirse a invitar a una comida improvisada a un huésped inesperado: nos apretujaremos un poco y donde hay para tres hay para cuatro. Muerta es la morada en la que no entran cada día un nuevo libro y un nuevo visitante, nuevos amigos*. 

*De Claude Roy, El amante de las librerías, José J. de Olañeta, 2011

lunes, 20 de junio de 2011

Algunos incomestibles manjares espirituales


Ayer me comentaba el vicario parroquial, cuando acababa de celebrar la misa del Domingo de la Trinidad que no “podía” con el Prefacio de esta fiesta: perfecto teológicamente hablando, pero farragoso e ininteligible como el Misterio mismo. A veces lo litúrgico –le corroboraba yo- se da de bruces con lo pastoral: toda la doctrina profundamente intelectualizada que la teología –sobre todo, la tomista- construyó sobre el Misterio de la Santísima Trinidad, se ha colado tranquilamente en los textos litúrgicos, sin tener casi en cuenta el lenguaje bíblico, más expresivo, más inteligible y cercano. 

No sé si en la reforma de textos que se esta preparando esta fiesta retocará algunos de sus textos (¡demasiado sagrados y por tanto, intocables!). A mí me parece una fiesta innecesaria porque a fin de cuentas todos los domingos son “trinitarios”. Lo mismo ocurre con algunas otras fiestas litúrgicas que son siempre más de lo mismo.

Pero no quiero meterme en camisa de once varas ni caer en la herejía: me declaro fiel hijo de la Iglesia (¡ejem!) y teólogos tiene la Iglesia para formar opinión y fijar  doctrina. Pero insisto: algunos textos de ciertas misas son un rollo.

Ir al Rocío

Al Rocío, una romería exaltada hasta el paroxismo por los medios de comunicación,  se puede ir de muchas maneras y buscando distintos objetivos. En coche, a pie, a caballo y hasta en carreta de bueyes. Y se puede ir sólo a divertirse con  más o menos control, a estudiar folklore y antropología, a hacer fotos y disfrutar de la belleza estética de muchos momentos y a rezar. 

En privado o en grupo, organizados o  “a lo que salga”, todos parecen caber en ese aglomerado millón de personas que a veces se convierte  en mogollón, y que ocupan caballos, calesas “charrets”, caballos y personas en los espacios, plazas y polvorientas calles de la aldea de Almonte.

Desde luego, y sin exclusivismos, entrar en el corazón de lo esencial de El Rocío, en lo que constituyen sus raíces, sólo es dado a los que entran como romeros a través de una Hermandad (si ésta funciona debidamente). Sus hermanas/os rezan y se encuentran con Dios a través de la devoción a la Blanca Paloma, lo pasan “pipa” bailando y cantando -algunos parecen peonzas en movimiento perpetuo-, bebiendo cerveza, “rebujito” (una mezcla a base de muy poco vino bueno –fino o manzanilla- y limonada,  con hojas de menta y rodajita de limón), que refresca y calma la sed sin subirse  la cabeza y durmiendo poco , muy poco –“en el Rocío, se dice, no se viene a dormir” y yo añado: ¡ni se puede, dado el estruendo que hay!-.

Si hace calor sofocante, sobre toda en las horas centrales del día, se pasa muy mal, pero todo se soporta por las compensaciones posteriores. De ellas hablaré otra  vez.

jueves, 16 de junio de 2011

Despues de una pausa

Al frente de la carreta llevamos una imagen de la Mare de Dèu
Después de varios días de silencio (he estado en El Rocío, como capellán de la Hermandad) otra vez vuelvo (tenía ganas) a daros la vara con mis pequeñas experiencias, breves reflexiones, romances anónimos y pliegos de ciego. Tengo muchas cosas que contar de los nueve días (!) que he estado en la Romería del Rocío  y que, como podéis imaginar, son de todos los colores en un evento tan colorista como es el mundo rociero. Colores luminosos, claros, brillantes y vibrantes como es la alegria sana y la devoción fervorosa a la Blanca Paloma. Pero otros cosas son mas bien, de colores oscuros, desagradables, ingratos, negros e incluso escandalosos e indignantes. Ya os contaré.

Pero mi balance es muy positivo. Por eso me perdonaréis que estos días os cuente batallitas rocieras. Para empezar os digo:¡hola!

domingo, 5 de junio de 2011

En la Ascensión del Señor

¿Qué os parce si hubiera un maestro que estuviera vigilando a su discipulo después de haberle enseñado por ejemplo, a leer y escribir? ¿Que estuviera controlándole toda la vida para que no tropezara en la lectura, o no cometiera faltas de ortografía o so se engañara en la redacción de un escrito? ¡Ese maestro no sería tal, sería un tirano y un déspota y su discipulo un pelele, un inutil y un esclavo! 

Pues eso es lo que no hizo el Señor con aquellos discipulos primeros: la Ascensión del Señor tiene una de estas lecturas: el Maestro deja a  sus discípulos para que sean libres, se arreglen solos y continúen y amplien la enseñanza del maestro: instaurar el Reino de Dios como el empezó a hacerlo. (Nos enviará al Espiritu Santo como ayuda, pero eso es otra música).

Así que ya sabemos: Jesus nos abandona no  para dejarnos huérfanos y sin norte, sino para que seamos libres y emprendedores de instaurar aqui en la tierra lo que el queria: más amor, más justicia, mas libertad, más solidaridad... ¡nosotros solitos, libres y con la posibilalda de equivocarnos! ¡Bendita libertad!



Pequeñas mentiras sin importancia (Francia, 2011) de Guillaume Canet


Mentir para vivir
Drama-comedia.
              Hay muchas cintas francesas de reciente estreno, como ésta (¡que bien se promociona el cine francés!), que nos muestran un panorama más que crítico sobre esta Europa, montada en los fiascos y mentiras de una unión que cada vez se descubre como más insolidaria y solipsista. Y todo se nos cuenta parabólicamente, a través de las relaciones de un grupo de amigos que deciden pasar una temporada de verano en una lujosa mansión.
          En un tono agridulce de comedia y drama “Pequeñas mentiras sin importancia” nos narra pues la historia de un grupo de amigos que tiene la costumbre de reunirse durante las vacaciones de verano. Este año deciden no romper la tradición a pesar de que uno de ellos (precisamnete el dueño del chalet) ha sufrido un accidente en París unos días antes de partir. Ya en la playa, sus contradicciones afloran y su amistad se pone a prueba. Juntos se verán obligados a convivir con esas pequeñas mentiras sin importancia que se dicen cada día.
              El arranque del filme es una larga secuencia admirable que nos avanza todo el bloque de intenciones de la película. Un hombre ya maduro, acude con su moto a una discoteca. Allí, entre la música, humo, vapores del alcohol, estridencias musicales y ruidos, conversaciones banales y gente bailando en medio de la casi oscuridad, se ve completamente solo: su rostro nos señala, que él es uno de tantos de los que allí están, que anda, con la mentira de su vida. Sale como si de repente hubiera tenido una revelación y de pronto se ve dando tumbos despedido de su moto hecha añicos, a la que ha embestido un coche. Un secuencia resuelta por este cineasta al estilo del mejor cine del Godard de la “Nouvelle vague” que da el tono de todo lo que a continuación va a ocurrir.
                Como en su anterior película Guilaume Canet intenta hacer un autorretrato de su  propia generación. Son treintañeros acomodados,  de buen corazón y anchas tragaderas morales, unos  casados y con hijos y otros con sus parejas en situación de crisis o mejorables. Sobre el escenario de la naturaleza y el mar se reflejarán sus días de descanso y también de tensión porque acostumbrados a las pequeñas mentiras de sus vida han creado una urdimbre que disimula su insatisfacción, su insolidaridad, su infelicidad: signo y símbolo de esas edad adulta aparente  pero que en verdad no ha traspasado la las contradicciones de la adolescencia que les incita siempre a eludir los verdadero problema:   plantearse decisiones radicales de cambio.
                El acierto del filme es que su director nos conduce de lo cómico a lo patético y del drama al humor de un modo elegante y equilibrado, aunque en algunos momentos lo melodramático se subraye demasiado (véase la escena del entierro) sazonado todo con unas actuaciones de los actores estupendas y una selección de música muy acertada. Aunque la conclusión sea algo facil: “todo el mundo es bueno”, la película está llena de esperanza y optimismo en el ser humano. Con estos mimbres,  otro cineasta hubiera hecho un dramón semitrágico.