Ayer, muy temprano, cuando me disponía al aseo matutino, me pegaron un gran susto: llamaron a la puerta y al abrir, me encontré con la policía. Se ve que por la noche, que estuvo azotada por una violenta ventisca con agua abundante, se desprendieron de la cornisa más alta del campanario unos cascotes que cayeron naturalmente en la palca, por el lugar más habitualmente transitado de ella. Llegaron los bomberos, subieron casi hasta el pináculo de la torre, sanearon la “herida” con la picoleta. Cuando bajaron de la altísima grúa, me comunicaron que estaba todo bastante bien y seguro, pero que convendría repasar algunos puntos de ese campanario pues aparecen algunas grietas.
Aunque no es muy urgente, he decidido hacer una restauración sobre todo del bonito y gracioso templete que corona el campanario de la Iglesia de los Ángeles del Cabanyal. También está estropeado, aunque no entraña un peligro inminente, y se puede deteriorar aún más. El agua, la humedad y el salitre de la proximidad del mar, es como una lima que va corroyendo hasta la misma piedra.
¡Más preocupaciones: para eso estoy ahora!
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