Ayer fue un día agridulce. Por un lado la alegría de la beatificación de Juan Pablo II, todo un modelo de vida cristiana pero por otro, el fallecimiento súbito y en Roma, del ex arzobispo de Valencia y cardenal Agustín García Gasco, con el que lógicamente como sacerdote de su diócesis tuve muchos contactos. Yo fui designado en su última vez para darle la felicitación navideña representando a todo el clero valenciano. No sé todavía que día y hora será su entierro en nuestra catedral. Allí estaré para ofrecer mis plegarias por su alma.
Igual y más particularmente, ayer mismo falleció también el padre de Juan Huélamo, un buen amigo, presidente de la Junta Parroquial de la Semana Santa y eficaz colaborador de la parroquia. Aunque ya era muy mayor, me uno igualmente a la tristeza de su pérdida.
Que ambos descansen en paz.
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