Las crisis de fe a todos nos pueden
sobrevenir… si tenemos antes fe. Y, ahora y aquí, hago mención de la fe
religiosa. Cuando la fe es fundamentada y profunda, comprometida y viva, las crisis
son casi siempre trasformaciones. Como las serpientes: dejas una piel y te
crece otra. Cuando la fe es debil, sin cimientos, cualquier vendaval la derrumba.
Algunas crisis de fe te
suceden casi sin enterarte. Tal es la suavidad con que se desarrolla el cambio
que casi siempre va a la par de tu desarrollo
psicológica: si tu fe es sana, no será la misma que cuando eras un crío.
Otras veces, las crisis religiosas se abalanzan y caen sobre ti como un alud de nieve o una avalancha de piedras de una montaña. Un problema personal grave, una enfermedad, la pérdida de un ser querido. ¡Qué oscuridad, qué noche, qué silencio! Y si te pilla desprevenido o con pocos recursos, te rindes, dimites, abandonas… (No es Dios quien te deja, quien calla, quien deserta).
Otras veces, las crisis religiosas se abalanzan y caen sobre ti como un alud de nieve o una avalancha de piedras de una montaña. Un problema personal grave, una enfermedad, la pérdida de un ser querido. ¡Qué oscuridad, qué noche, qué silencio! Y si te pilla desprevenido o con pocos recursos, te rindes, dimites, abandonas… (No es Dios quien te deja, quien calla, quien deserta).
¡Dios!,
¿dónde estás, por qué estás mudo, por qué te escabulles?
Los israelitas en el desierto
ante Josué: “¡Lejos de nosotros abandonar
al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; Él nos
sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto"
Los discípulos que superan la crisis: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? ¡Tú tienes
palabras de vida eterna!”
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