¿Quién no quiere superar la muerte, quién no quiere vencer al sufrimiento? Cuando alguien lo atribuye a Dios, (“Dios lo ha querido”..,, “Que se haga su voluntad”…) me suena a blasfemia. Dios nos ha hecho a la muerte ni nos ha mandado el dolor. Su “poder” sólo puede hacer el bien. ¡Nos hizo para vivir, para gozar, para ser felices!
La muerte y el
dolor entraron de rondón en el mundo, alterando el proyecto de Dios. Entonces, ¿qué hacer? Pues,
acercarse a Jesús. Como aquel angustiado Jairo que se llega hasta él para pedirle
la vida de su hija de doce años, que estaba acabándose. Como aquella anónima
mujer que se aprovecha del tumulto para tocar el manto de Jesús y curarse de las
hemorragias internas que padecía. Ambos en contacto con Jesús encuentran la
vida de su hija y la salud física. Pero también algo aún más importante. A
través de la fe en él, Jesús les abre el mañana, el camino de la vida que les queda
por andar, pese a la
inevitable muerte pese al angustioso sufrimiento.
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