El
jueves pasado, los curas de Valencia celebramos la fiesta de Cristo, Sumo y Eterno
Sacerdote, una fiesta que "inventó" y promovió un arzobispo muy
devoto y espiritual, D. José María García Lahiguera, que fue además el obispo
que a mí me ordenó allá en 1971. El
evento fue en el seminario de Moncada, donde la mayorida nosotros los curas nos
formamos y estudiamos para ser después ser ordenados presbíteros. Cada vez que
allí acudo tengo la sensación de regresar de nuevo al hogar.
Es
una fiesta entrañable para nosotros los sacerdotes y allí en el familiar
edificio de Moncada nos encontramos gran parte del presbiterio de Valencia. Nos
vemos lo condiscípulos, los viejos amigos de antiguos tiempos, los compañeros
de las parroquias adyacentes donde otrora ejercimos el cargo pastoral.
Así
que el jueves pasado nos encontramos allí un montón de sacerdotes. (¿Cuántos
seríamos? ¿Trescientos ó cuatrocientos?). Hubo la misma alegría y contento que
otros años, aunque esta vez se notaron muchas ausencias. La asistencia masiva a
este acto (al igual que la Misa Crismal del Miércoles Santo) suele ser un
baremo del estado "espiritual, psicológico y anímico "del clero de la
diócesis. Indica tal vez nivel de ilusión y expectativas, a la vez que sentido
de comunión con nuestros obispos.
Junto
al homenaje a los sacerdotes que celebraban sus bodas de plata y de oro, con
breves discursos de los homenajeados (uno de los parlamentos lamentablemente
inadecuado también un hubo información sobre algunos documentos recientes que
se expusieron con el mismo sonsonete aburrido como están escritos. Después se
celebró una solemne, litúrgica y hierática
Eucaristía. Y todo terminó con una gran comida de fraternidad servida en
uno de los amplios claustros del patio interior del seminario.
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