Unos buenos amigos, que han estado
estos días pasados por los Países Bajos, me cuentan un poco las impresiones que
les han causado unas ciudades como Bruselas o Amsterdam, visitadas en medio de
un frío gélido y a veces de una espesa niebla. ¡Qué lejos de nuestro sol
mediterráneo!
Incluso el mismo ambiente navideño
que se crea en estas ciudades del norte de Europa no es, en cuanto al calor
humano, religiosa y culturalmente igual que en las nuestras. "Amsterdam, -me decía mi amigo J.-, siendo una ciudad
tan pintoresca por sus canales, en Navidad más parecía la ciudad del placer y
del vicio que otra cosa". (Ya lo es el resto del año, que aunque su ciudadanos
puedan ser gente muy virtuosa, a los ojos del turista, semeja una nueva
Babilonia.) Muchísimos templos totalmente secularizados se emplean como salas
de concierto de música de rock, algún otro dedicado, por ejemplo, a una
exposición sobre Marilyn Monroe. Mucho lujo, mucho brillo, muchos excesos
impúdicos de riqueza más que de sexo, que es el camino abajo en el que se ha convertido en Europa la Navidad. Creo que nosotros los españoles andamos muy bien aprendiendo la lección.
Toda sociedad necesita en su tiempo
de desarrollo hacer ciertos días de paréntesis festivos, de descanso y de ocio.
El sistema del capitalismo feroz en el que estamos inmersos ha tomado la
Navidad como la fiesta orgíastica del consumo: nada más lejos de espíritu
primario de la Navidad. Aunque claro está, esto está contemplado desde unos ojos “religiosos” y en
Europa esa mirada se está apagando. (¿No será esa la causa de la toma del poder
de otros fundamentalismos que no han
renunciado a sus raíces?)
Dios parece que se está borrando
-como anunció el filósofo hace más de un siglo- del horizonte humano y está
claro que “nullus Deus, nulla religión”. “Si no hay Dios, no hay religión” y mientras
tanto el barco de Europa va a la deriva. Pero ¿puede haber algún tipo de
espiritualidad, aunque se renuncie a la religión?
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