Parece
que volvamos atrás. Cuando después de Franco el ominoso, en la Transición teníamos
que buscar nuestras señas de identidad,
aquellos símbolos y ritos que
identificaban a nuestra tribu. Que si la
bandera, que si el nombre de nuestra tierra, que si la presidencia de las
procesiones, que si banderas y escudos que si nuestra lengua era autóctona o
derivada…. Lo suyo costó: trifulcas,
peleas, manifestaciones, polémicas y también disgustos. Al final todo se pacífico y
tranquilito no sé si por cansancio o por el poder que alcanzó la derecha
dominante (o sea el PP)…
Ahora se están retomando todas
estas cuestiones, líos y rollos. Reconozco
cierta importancia a estas, pero no es lo principal, primero y urgente que hay
que atender en el buen gobierno de la comunidad. Hay carencias urgentes en la gente
que hay antes que atender. Los nuevos políticos –como si eso fuera un prodigio
de progresía y modernidad, cuando no es más que populismo pachanguero- nos
distraen con ir en bicicleta al ayuntamiento, en vez de usar coche oficial, reprimir
la bárbara costumbre del toro embolado, negarse a meter la “señera” en la
catedral, o poner tenderetes de libros en la plaza principal de la ciudad, etc.
etc.
Por
de pronto, la guerra de las banderas, la guerra de las lenguas, ha regresado. Mal
venidas sean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario