Yo
he sido durante más de treinta años
profesor de Religión Católica. Empecé dando clase en el colegio Cervantes,
luego estuve cuatro años en el Instituto Benlliure y durante muchos años fui
profesor del Instituto El Clot, todos de la ciudad de Valencia. Por mis clases
han pasado muchísimos alumnos, con los que me encuentro muchas veces en mis paseos
por las calles de la ciudad. Me saludan con afecto y agradecimiento. Me
recuerdan cosas pasadas en mi aula, nombres de profesores y compañeros de
clase.
Antes
de ayer precisamente me encontré con un compañero -y buen amigo- del claustro
de profesores. No es creyente y enseguida sacó a la conversación el tema que ha
disgustado tanto a la "progresía": el nuevo currículum de la
asignatura de Religión. Con las pegas y dificultades que él criticaba yo estoy
en gran parte de acuerdo. Nuestros queridos obispos de la Conferencia Episcopal
han transformado el programa de la asignatura de Religión en una introducción a
la catequesis. Parece que para inscribirse en la clase, hace falta previamente
tener fe. A este paso entre los papeles de la matriculación de principio de
curso, va hacer falta el certificado de bautismo para elegir la asignatura.
Yo
pienso que la religión no debe estar fuera de la escuela. A fin de cuentas es
un aspecto más (y no menor) de la cultura humana. De la misma manera que se
puede aprender qué es la ONU, se debe saber cómo funciona la Iglesia. Pero debe
estar orientada para obtener conocimientos, no para iniciar o cultivar
actitudes personales: eso es cosa de la catequesis.
Cuando
impartía esta asignatura, yo como profesor intentaba que mis explicaciones a
los alumnos fueran de tal modo que si hubiera allí alguno agnóstico o no
creyente (los tuve, y bastantes) no se
sintiera incómodo. Nunca intente adoctrinar a nadie. (Muchos se pasaron de Ética
a Religión). Hoy, si tuviera que seguir ahora los objetivos a evaluar me sería
casi imposible.
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