Estamos todos estos
días impactados por la trágica muerte de más de 140 pasajeros de un avión
accidentado en los Alpes. Este tipo de tragedias en donde hay un número masivo
de muertos, hacen temblar las raíces más profundas de nuestro corazón. Podíamos
haber sido nosotros los pasajeros de ese triste avión. Nos aterroriza también
captar lo efímero, frágil y breve que es nuestra vida. Ayer estos viajeros que regresaban
a sus hogares, o iban a su negocio, de pronto, ya no son. Borramos alegría,
borramos la ilusión, borramos la aventura. Borramos su memoria y sus almas, borramos incluso hasta su cuerpo.
Se nos dice que el riesgo de accidente en los viajes de avión
es infinitamente mínimo, que el avión es el medio de transporte más seguro, que
la vigilancia de las flotas aéreas es extrema pero al final es el viajero afectado
por la muerte, el que la sufre y por los familiares de éstos cuyos corazones
quedan que quedan vacíos por las pérdidas
que estos seres queridos de los que recuerdo ahora su sonrisa de ayer,
congelada.
Y morimos con ellos todos un poco más, y oramos con ellos
todos sin consuelo.
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