Aunque oficialmente la Primavera hace ya casi un mes que
está en marcha, en el pueblo de mi adopción, comienza cuando se celebra con
solemnidad y entusiasmo el segundo lunes después de Pascua. Es la fiesta de San Vicente Ferrer. En el siglo
XIV, el fraile dominico Vicente Ferrer, famoso por su oratoria y milagros, se
acercó hasta un paraje de Llíria donde el agua que siempre brotaba de un
manantial y que por una terrible sequía, había dejado de manar. Él prometió -tradición
y leyenda lo cuentan-que a partir de entonces crecería o menguaría pero nunca
les faltaría agua para beber a los llirianos.
Así que todos los años en tal día los de Llíria hacen una hermosa romería. Todo el pueblo se
traslada hasta el paraje del manantial -lugar precioso- para dar gracias al
santo. En hombros portan la imagen de San Vicente desde el pueblo hasta cinco kilómetros
donde está la ermita. Todo el mundo lo celebra en el frondoso bosquecillo de
arboles que rodean las lagunas del manantial. Bajo su sombra almuerzan, con apetito
y abundancia. Después de la misa, un cura bendice las aguas que con abundancia bullen en los ojos del
manantial.
Es un día de alegría, de tradición, de primavera. Después
todo el pueblo regresa al pueblo recorriendo sus calles principales. Las
festeras van repartiendo caramelos-hasta llegar con la imagen a la iglesia en
la Plaza Mayor donde se recoge el Santo. Sólo una nota discordante: hasta hace
muy poco se años la romería acababa con una manifestación casi
"salvaje" de algunos que, habiendo tuneado los motores de destartalados
coches y pletóricos de alcohol los conducían y hacían un desfile con locura desenfrenada
y en donde fuertes riesgos y graves peligros de accidentes eran concitados. Es
el espíritu dionisíaco que toda romería posee. Hará tres o cuatro años se
prohibió, con toda lógica y legalidad por seguridad, dado que el desmadre iba a
más. Y el otro día al final de la procesión, un grupo que estaba en desacuerdo
abuchearon al alcalde, porque lo habían suprimido.
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