Resulta
que el domingo pasado fue Pentecostés, esa legendaria historia en la que los
cristianos contemplamos la venida del Espíritu de Jesús sobre sus discípulos, y
por extensión sobre todo el mundo. ¡La que armó aquel Espíritu
Santo en muchos sitios!: todo lo cambio, todo lo movió, todos lo revolucionó.
Desde entonces, muchas personas quedaron radicalmente marcadas por el cambio.
Eso fue Pentecostés.
Pues
ahora mismo, otra vez, parece repetirse el mismo portento revolucionario de
Pentecostés. La víspera de Pentecostés se beatificó nada menos
que a Oscar Romero (algo que era imposible para esta Iglesia tan conservadora,
hasta que vino el papa Francisco –otro fenómeno del Espíritu- que lo ha hecho
posible.
Ayer, con las elecciones que se celebraron
también el Espíritu provocó un nuevo Pentecostés en el mundo de la política,
que es en el fondo el ineludible ámbito en el que nos movemos. Ha ocurrido
el gran cambio que todos deseábamos. Ya estaba bien de mandangas, suciedades,
trampas, embustes, y corrupciones. Con el nuevo reparto de poder habrá nuevos
modos de gobernar. Se dará paso al diálogo, a las alianzas, con nuevas
actitudes y formas de gobierno. Está claro que habrá tiranteces y oposiciones, pero desaparecerán los
monopolios y algunos politiquillos que siempre han estado mangoneando.
¿No es esto un nuevo Pentecostés?
Pues lo que dice la imagen es impreciso para la Vida Verdadera, que es el Existente, el que existe por si mismo, y es que Dios no se muda, para usar una expresión de santa Teresa, por lo tanto la expresión que aparece como absoluto es en realidad relativa, y no muy apropiada para un sacerdote católico
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