Escucha a Dios.
Pon tu oido cerca de su boca
que él habla quedo.
Puede ser un murmullo, un rumor, un susurro.
Aunque algunas veces su voz pueda ser un trueno,
hay siempre que estar atento.
Como una liebre, salta de improviso.
Escucha a Dios
y aprenderás a oír a los hombres.
(De mis meditaciones matutinas)
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