El domingo pasado, día siete, estuve en Guadassuar, con motivo de la toma de posesión de mi amigo Juan Sivera, compañero en el sacerdocio. Participé en la celebración en un acto litúrgico muy bien preparado, esplendoroso y bello, como sólo liturgia católica sabe hacer, en el marco del precioso templo parroquial que estaba abarrotado de gente.
Mi amigo Juan estaba lleno de emoción y nervios, además de pletórico de ilusión porque iba a comenzar un nuevo periodo de su vida de joven sacerdote. Se le confiaba, y ademas lo merecía, este cargo pastoral de Cura Párroco dado el buen hacer de sus seis o siete años ya de camino sacerdotal. En sus anteriores destinos lo había hecho muy bien, por eso ahora me congratulo de que sea el cura de una parroquia donde va a poder trabajar a gusto para anunciar el Evangelio y donde sin duda, como ocurrió en Ribarroja, dejará su impronta de simpatía, buen corazón, tolerancia y fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio. Con él estoy y por él rezo y reitero mi enhorabuena otra vez.
Durante la larga ceremonia tuve no pude evitar el recordar con nostalgia cuando yo tenía la edad de este amigo y también de mis "Tomas de posesión" que en mis principios no tenían el brillo y solemnidad de ahora. Eran actos muy simples, en los que el cura siempre casi se autopresentaba en la primera misa que se celebraba. La primera misa de entrada como cura de en la Yesa que fue precisamente mañana ,12 de octubre, y luego, después de cuatro años como vicario de la parroquia de San Miguel y San Sebastián, mi posterior destino como párroco en la humilde y entrañable de Maria, Madre de la Iglesia en Marxalenes. Allí, en “petit comité”, recuerdo que me reuní con el consejo pastoral y empecé, sin ritos ni ceremonias mi andadura en un servicio que duró veinticuatro años. Después vinieron la parroquia del Cabañal y la que ahora atiendo en San Antonio de Padua. Esta vez hubo sendas ceremonias solemnes, abigarradas y prolongadas liturgias.
Por aquel entonces no se estilaba el recargado ritual de las tomas de posesión. Eran tiempos del post Vaticano II, con su sencillez y sentido de pueblo de Dios. Hoy dicha ceremonia parece una exaltación de poder del cura sobre la parroquia. Asoma el triunfo del clericalismo -uno de los mas graves enfermedades de la Iglesia de hoy, que relega a los laicos a segundo plano-. En la ceremonia parece que al cura se le responsabiliza de todo y se le da el poder absoluto. Aunque los laicos participen en las moniciones y otras intervenciones secundarias y prescindibles, el rito entroniza, casi al pie de la letra, al párroco qué es el que decide, y el que carga en el fondo con todos los asuntos más graves. Aunque en el ritual se recuerde que el cura debe el deber ser el ministro (es decir, servidor) y evangelizador, todo esto parece oscurecido por las formas litúrgicas de exaltación del párroco. La sobriedad y sencillez del Vaticano II han quedado muy lejos.
Quizá ese momento de relumbre de la solemne ceremonia de la toma de posesión sea para algunos sacerdotes, cuya vida silenciosa callada, difícil y sacrificada suele venir después, como el "minuto de gloria” que todos hemos de tener.
De todos modos, yo seguí en Guadassuar la ceremonia con la misma gran ilusión que mi amigo Juan, a quien le deseé lo mejor. Y espero con seguridad y certeza que será un muy buen párroco y un sacerdote muy feliz.
Ad multos annos!
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