Esta
semana pasada, concretamente el martes, he tenido la experiencia de un
encuentro muy feliz con una persona con la que nunca podría haber pensado que
iba estar con ella. Y he vivido una experiencia cristiana que todos estamos
deseando tener y es la del diálogo y la
empatía con alguien que representa a un grupo de cristianos que no forman parte
de nuestra iglesia católica pero que son también, como nosotros, rebaño de
Jesucristo, el único pastor.
El martes pasado pues estuvimos desayunando en una cafetería del barrio, el pastor de la iglesia evangélica de El Salvador que
está en El Cabanyal y yo. Ya nos conocímos
hace casi un año medio y desde el primer aquel encuentro nos
correspondíamos en la simpatía y en la sinceridad.
Durante
el desayuno hablamos de muchas cosas y especialmente de la preocupación, él
como pastor, yo como cura, de la vocación que ambos tenemos: hacer llegar el
Evangelio de Jesús a la gente. También
hablamos de las dificultades que existen hoy día para anunciar a Jesucristo: El
Fuerte laicismo de la sociedad, la pérdida de sensibilidad hacia los valores
más imprescindibles y fundamentales, el ambiente epicúreas y hedonista en el
que parece estar sumergida hoy gran parte de la sociedad. Me pareció que en
este sentido el era más pesimista que yo. También descubrí en él un gran
espíritu religioso o casi místico.
Quedamos
de acuerdo que ya no era tiempo entre nuestros distintos grupos cristianos,
católicos o evangélicos o protestantes, de guerras de religión ni de
rivalidades y escaramuzas, ni de siquiera grescas. Es tiempo de llegarse hasta Jesús de Nazaret,
el Cristo, por caminos diferentes pero sabiendo que estamos cogidos de la mano.
O sea, que esa mañana en la mesa de la
cafetería, hicimos un auténtico acto ecuménico.
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