sábado, 15 de junio de 2024

ADIÓS A MARÍA JESÚS TEIXIDOR DE OTTO



 Me despierto esta mañana con un amargo WhatsApp informándome de la muerte de María Jesús Teixidor de Otto. Ha sido como una pedrada en la frente. A ella me unía una gran amistad desde hace mucho tiempo, desde que estudié en la universidad y ella fue profesora mía de Geografía Urbana. 

Con sus estudios y sabiduría, analizó la Valencia de los años 70 cuando aún no había empezado su descomunal crecimiento, cosa que ella denunció. Gracias a sus sabias aportaciones, podríamos decir que la ciudad de Valencia es algo más humana. A mi me gustó su tesis, que luego publicó en un libro sobre la calle de la Paz. Como dice el catedrático Josep Vicent Boira, nunca sabrá la ciudad de Valencia, lo que le debe a María Jesús Teixidor. Ella evitó con sus investigaciones el urbanismo salvaje que a su ciudad le hubiera sobrevenido


Pero no quiero ahora hablar de sus éxitos académicos, sino de mi amistad con ella;

porque con el tiempo llegamos a una larga y profunda amistad, donde compartíamos en nuestras conversaciones juntos muchos puntos de vista sobre la cultura, la sociedad, el arte, y también sobre el estado de la Iglesia porque ella era una buena creyente, crítica, y algo descreída, como creo que debe ser todo creyente. Llevaba con frecuencia la comunión a su madre y tuve también la ocasión de administrarle los últimos sacramentos. Era su madre una mujer muy cristiana, una mujer enormemente creyente y que a sus hijos supo transmitirles, su misma que fe. A mí me dió un gran testimonio.


Hicimos muchos viajes juntos y muchas excursiones, e íbamos al cine con frecuencia; recuerdo haber visto con ella en el desaparecido cine Rex "Blade Runner «,o en otro cine ¡nada menos que  «E T.»! e incluso compartíamos nuestro entusiasmo y gusto por la música de Gustav Mahler (cuando éste en España casi era un desconocido) o el jazz de John Coltrane.


Ahora sobre todo quiero recordarla como una mujer sabia, y muy humana, que a
pesar de las dificultades físicas que tenía en su movilidad, nunca se rendía. Yo le estoy muy agradecido porque ella me ofreció su amistad durante mucho tiempo. Siento pena  porque después de que me trasladaran a la Parroquia de El Cabanyal, ya no nos viéramos con tanta frecuencia como antes. 


Y ahora me hubiera gustado haber continuado  su amistad, sobre todo para aliviarla en muchos momentos de la inmensa soledad en la que vivía y que sobre todo sentía: de la que se liberaba cuando leía sus libros favoritos, o escuchaba a su música favorita. Porque ella, encerrada en la jaula de su soledad y limitaciones, sabía de vez en cuando romper los barrotes y escapar con su espíritu libre y mostrarse como era: una mujer llena de vida y con una alegría profunda.


Ahora va a estar compartiendo su amor con el que saciará su deseo de amor y compañía: el buen Dios. Maria Jesús, querida y  buena amiga, descansa en su paz y felicidad.


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