viernes, 5 de octubre de 2018

EL ANETO, LA CRUZ Y EL AMARILLO


En la cumbre del Pico de Aneto (3.404 m.) hay anclados sobre un pedestal de hormigón una imagen de la Virgen del Pilar y a su lado, hundida entre bloques de granito y fijada con unos fuertes cables, una gran cruz de hierro. ¡Cuantos vientos, tempestades y nieves han soportado año tras año! Estos signos religiosos contemplan desde la altura todo el paisaje España. Cuando allí después de dura expedición llegan los montañeros, se siente unidos  misteriosamente por ese especial sentimiento que aparece cuando uno sube una montaña: sentirse muy cerca de los compañeros de expedición, llenarse de una satisfacción que aumenta la autoestima, y también experimentar la presencia y de andar muy cerca de Aquel que está más allá de la cumbre.  Es, sin duda, una experiencia muy singular.


Hace tres días llegó la noticia de que unos independentistas habían pintado la Cruz que preside el Aneto. Pero subir a la cima de una montaña tan alta, con las intenciones de reivindicar su ideología,  además de ser algo que divide y enfrenta, separa a los humanos y por tanto, nos separa de Dios es además de una bobada, una tontería. 

Ha habido comentarios para todo. Indignación, rabia, estupor, profanación, blasfemia. Pintar de amarillo ese signo sagrado en la cumbre del monte más alto de los Pirineos además de inútil gesta y estupida reivindicación implica un enorme grado de incivilización.

¡Reivindico el color amarillo para los montes! Dentro de una semana o dos, este color será el manto precioso de los grandes bosques de la montaña. Ir a contemplarlo encoge el corazón de tanta belleza. Y los paisajes rojos ocres y amarillos que los árboles crean son una experiencia casi religiosa porque, a mí por ejemplo, me elevan inmensamente agradecido, el corazón hasta Dios.

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