jueves, 28 de septiembre de 2017

MÁS SOBRE DETROIT


Detroit, como en todo el cine de Katryn Bigelow , ayudada por su habitual guionista, tiene la intención de,  además de informarnos y atraernos con una historia aunque conocida, apasionante,  y documentarnos a través de imágenes de documental y fotografías de personas intercaladas a lo largo del relato. Arranca con un largo rótulo que da noticia de cómo hasta entonces había devenido la situación oprimida de la población negra en la ciudad deprimida de Detroit, ahora arruinada y medio despoblada. Las secuencias primeras de las revueltas y rebeliones de las gentes acosadas por las fuerzas de seguridad son verdaderamente formidables. Después, de las situaciones generales, la película parece  en su parte central remansarse en el retrato de los personajes que interactuarán en el trágico suceso del motel: los policías sádicos y racistas, el pacificador guardia de seguridad,  los dos amigos músicos que han buscado cobijo, el irresponsable traficante de drogas, las muchachas casi adolescentes y ligeras de cascos… Todos, algunos sin culpa, aportarán lumbre a esa espantosa hoguera. Después, y ya en el último tramo de la película, contemplamos la resolución inicua que la justicia dio al terrible atropello.

Detroit finaliza, a pesar de su desesperanzada violencia , con un final muy humano, incluso religioso, al mostrarnos como su protagonista, el joven líder y promesa de un pujante grupo musical, traumatizado por lo sufrido, sacrifica lo que hubiera sido su brillante carrera, e ingresa en el humilde coro de góspel de una humilde parroquia.

Lo mejor: la electrizante y angustiosa secuencia del motel, llena de tenso suspense.

Lo mejorable: que las escenas del injusto juicio no sean más explícitas.

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