Anoche
estuve en el cine. Vi una película de furiosa acción y que pretendía tener
cierto trasfondo. Era "Jason
Bourne", la última película de este espía que busca encontrar su
identidad. No me acabó de gustar: demasiado estrépito, demasiada furia,
demasiada violencia. Es lo que toca en el cine de hoy. Así que algo aburrido
contemplaba desde atrás y en la oscuridad de la sala a un grupo de unos seis
adolescentes que, mirando la pantalla del cine, andaban a la vez manipulando
sus teléfonos móviles. Hacía un extraño efecto en la sala oscura ver las
pantallitas encendidas frente a la pantalla grande que recibía la proyección de
la película.
Por el
comentario que hizo una de las chicas y escuché, parece ser que a ellos tampoco
les gustó mucho. Se quejaba de que parecía que esto no terminaba nunca. Claro,
son películas que buscan al final de ellas, su continuación para continuar la
saga de su protagonista. Éste, que se
escabulle finalmente de sus perseguidores y los malvados también se salvan para
que en la próxima cinta continué la marcha.
Me extrañó
que no les gustara puesto que era una película de esas que buscan el
entretenimiento de los espectadores jóvenes. Pero tenían el teléfono móvil a
mano para sus juegos y entretenimientos. Ese debe ser el hábito de muchos: ver
la pantalla (del ordenador, del televisor, de la sala de cine) a la vez que se
utiliza el teléfono móvil. Enganchados.
El
pensador Nicholas Carr escribió en “Atrapados”: “La
automatización debilita el vínculo entre la herramienta y el usuario no porque
los sistemas controlados por computadoras sean complejos, sino porque exigen
muy poco de nosotros. Resisten cualquier implicación del operador más allá del mínimo
indispensable. Desalientan el cultivo de habilidades en su uso. Así, la
automatización termina teniendo un efecto anestésico.”
Salgo del
cine de los últimos –gusto de ver los títulos de crédito- , anestesiado por
tanta acción automatizada y contemplo a esos mismos chicos ya en la acera de
enfrente, todavía con los móviles en ristre. Son muy jóvenes y la escena
provoca ternura. Los sigo con la mirada. No sé si estarán jugando a cazar pokémones. Tampoco si ellos están cazando pokemones o son los pokémones quienes los cazan a ellos.. .
Quién
juega con quién, ésa es la cuestión: la sigilosa invasión de la tecnología pone
a nuestras vidas en peligro de manipulación.
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