miércoles, 7 de septiembre de 2016

La cualidades de los obispos: mi amigo volvió a la carga.



Ayer mismo, mi amigo N, volvió a la carga, sobre el tema de los obispos y me trajo, medio sorprendido, medio escandalizado el texto que reseñé en una anterior entrada de este blog, donde San pablo aconseja cualidades a la hora de elegir a un obispo. Le dije a N, mi amigo, quién me extrañaba que estuviera sorprendido, puesto que este texto alguna vez se lee en la iglesia.
 1Tim, 3. “Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; que no sea dado al vino ni amigo de peleas; que no sea codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad; pues el que no sabe gobernar su propia casa (….) También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo.”

N, mi amigo, me dijo que le parecía muy fuerte en que San Pablo avisara de no recomendar a los que tuvieran problemas de fidelidad en el matrimonio (¡¿Un obispo bígamo!?) o les gustara empinar el codo… Así andaban entonces las cosas - le dije-, y “en mi casa cuecen  habas a calderadas” y también que hay que apear del romanticismo e idealización de aquella iglesia primitiva a la que todos aspiramos a retornar.
 
Recordé entonces unas palabras del papa Francisco donde el relataba lo que deben ser las cualidades de un Obispo:
“En la catequesis de hoy, podemos hacernos la pregunta qué se pide a los obispos, presbíteros y diáconos para que su servicio sea auténtico y fecundo.
San Pablo, en sus cartas pastorales, además de una fe firme y una vida espiritual sincera, que son la base de la vida, enumera algunas cualidades humanas, esenciales para estos ministerios: la acogida, la sobriedad, la paciencia, la afabilidad, la bondad de corazón… cualidades, que hacen posible que su testimonio del Evangelio sea alegre y creíble.
El Apóstol recomienda, además, reavivar continuamente el don que han recibido por la imposición de manos. La conciencia de que todo es don, todo es gracia, los ayuda a no caer en la tentación de ponerse en el centro y de confiar sólo en ellos mismos. Uno no es obispo, presbítero o diácono porque sea más inteligente o tenga más talentos que los demás, sino en virtud del poder del Espíritu Santo y para el bien del santo Pueblo de Dios. La actitud de un ministro no puede ser nunca autoritaria, sino misericordiosa, humilde y  comprensiva.” 

Nuestra conversación acabó de lo más plácidamente posible. Yo le pregunté que cuáles serían para él las cualidades mejores para un Obispo. Y me contestó: “que sea muy humano, que no se esconda de la gente, que esté al día de las cosas verdaderas que pasa en la calle y no en la prensa, que este a gusto con nosotros, los laicos, y  también con sus curas y que sobre todo, sea un creyente cabal en Jesús Lara resucitado, la alegría del mundo.


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