Desde siempre el ser humano ha andado buscando a
Dios. A su modo y manera, tal vez con errores y equivocaciones, lo ha
encontrado en medio de la naturaleza como eco y respuesta a la voz de su
corazón. En los espacios siderales, en los lugares más insólitos de la tierra
que habita, el desierto y la cueva, el manantial y la cumbre, el mar y el
bosque, con la voz profunda de su interior, ha sabido verle y escucharle.
Crean, cuando están juntos, unos espacios donde el
tiempo parece congelado, el aire se inmoviliza y el silencio es tan denso, que
se escucha el pálpito de tu corazón, el rebotar de tu sangre. Pensé que ese
silencio era precisamente la voz de Dios. Era sin duda un lugar sagrado, donde
si sabes escuchar a lo que el pulso de tu vida siempre clama, puedes encontrarte
muy fácilmente con aquel que siempre buscas.
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