viernes, 25 de noviembre de 2011

Un paraiso cercano


Hace quince días estuvimos los miembros de los grupos que siguen el Itinerario Diocesano de Renovación en la pregrinacion a Santo Espiritu de Gilet. Fue una jornada de encuentro, de convivencia y de fraternidad de la que salimos todos muy satisfechos. Todos, menos yo, que sufrí las consecuencias de mi propio despiste y un descuidero me "limpió" las dos bolsa que llevaba: una con el alba, la estola y el cíngulo para concelebrar la Misa y otra, un pequeño bolso de tirantes, donde llevaba un librito, mi "e-reader" o sea, el lector de libros eléctronicos y el bocadillo de jamón con tomate que me habia preparado para la comida en común.

Cuando descubrí el hurto, estuve dando vueltas, preguntando en el convento, mirando por todos los contenedores, pero nada. Unos días después llemé a los frailes del monasterio y me dijeron que sí, que alguien los dejó detrás de la puerta del convento. Les pregunté si podian comprobar lo que contenían y me contestaron que estaba todo menos el "e.reader" (era lo más goloso). El bocadillo, me dijeron, se lo comieron los perros al día siguiente.

Ayer fui a recogerlos. Y en verdad que disfruté de una  mañana luminosa con un sol que acariciaba. Les agradecí a los padres franciscanos su servicio y luego estuve haciendo fotos y paseando un largo rato por ese rincón maravilloso quiue es el paraje de Santo Espíritu en la Sierra Calderona. Los pinos y matorrales lucian un verde brillante y lustroso despues de las abundosas lluvias pasadas. El suelo del monte estaba limpio como pocas veces después que el agua pertinaz del reciente temporal arrastrara toda la suciedad que los excursionistas y domingueros suelen dejar. El cielo lucía un azul turquesa y contrastaba con el rojo tostado de las rocas de los montes de rodeno y con el verde casi esmeralda de la pinada. Un silencio lleno de sonoridades naturales: piar de pájaros, algún ruido de ramas que chocaban, parecia sostener en alto el ámbito del convento.

Desde luego, es una verdadero privilegio ese paraje, tan cerca de la ciudad, y sobre todo, entre semana cuando apenas si hay gente. Comí en Gilet en un pequeño bar donde me ofrecieron, con un plato de carne, ¡los primeros rebollones de la temporada, cogidos en los montes aquella misma mañana! Volví a casa a mediodía, renovado.




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