miércoles, 4 de julio de 2012

Tu es Petrus


El pasado domingo fue el Día del Papa. Se hace coincidir con la festividad de San Pedro y San Pablo, ahora trasladada al domingo posterior al día 29, que es su día original propio.

Se torna algo difícil hablar hoy del Papa. Sobre todo por las interferencias, sombras y sospechas que se ceban en su figura en los últimos tiempos. Las noticias del Vaticano  no son alentadoras. Aquello parece un nido de conspiradores ansiosos de poder. Nada que ver con aquel humilde pescador que fue ejecutado en Roma en el año 63 por ser discípulo de un tal Jesús de Nazaret y enterrado en la colina Vaticana, sobre la que los siglos han edificado inmensas basílicas.

¡Qué difícil es para la Iglesia, después de tanta agua pasada bajo el puente de la historia, retornar a la sencillez! Ahí tenéis una foto de cómo visten al pescador Pedro en el día de su santo: hasta las humildes sandalias son calzadas con otras más nobles sandalias.

El domingo pasado, pues, se me hacia dificultoso en la homilía hablar del Papa y del “Óbolo de San Pedro”. ¿Recordáis  aquel pez que pescó Pedro y en cuyo vientre había un denario para pagar impuestos? Ahora el óbolo es la limosna que se manda a Roma para las obras de caridad del Papa.

Independientemente de los discursos negativos, hay uno para mí que es  muy positivo: que el Papa es un ser humano como yo (como lo fue San Pedro) y que arrastra sobre sus hombros sus errores y pecados. Como todos.  Que es un hombre muy inteligente,  bueno y digno y del que todos  sabemos que no buscó ser elegido papa; que con estos pros y contras es el sucesor de Pedro: un eslabón de esa larga cadena que se remonta hasta el pescador; que en cosas que no atañen a lo fundamental puedo disentir y opinar; que en lo que respecta a la fe y moral fundamental reveladas en los evangelios tiene la última palabra.

Y por último y sobre todo que tengo  -¡tenemos!- que rezar por él.

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