domingo, 11 de noviembre de 2012

De beatas y viudas (a propósito del Evangelio)




¿Os imagináis la escena?  Jesús de Nazaret, el rabí, sentado en un sitio estratégico del templo viendo cómo la gente pasa y, ante el cepillo del templo, deposita sus donativos. Quizás ahora Jesús se sentaría en la mesita de la terraza del bar de enfrente de la iglesia para ver entrar y salir del templo a la más variadas personas.

Vería salir a algunas viejecitas, que silenciosas  y paso a paso habrán visitado sus rincones favoritos en el templo (Santa Rita, la Purísima, el Cristo, San Nicolás), rezando sus oraciones. Vería salir también a algún hombre maduro, que fiel a su cita ha participado de la santa Misa. No sé si contemplaría salir a algún joven (parece que éstos solo acuden a las grandes manifestaciones religiosas  y movidas papales).

En el Evangelio de hoy Jesús hace encendido elogio de la que hoy injusta e despectivamente  llamamos “una beata”. Aquella viejecita salió del templo justificada porque con su fe –tal vez anticuada- no dio solamente el poco dinero que tenía sino que ofrendó su vida enetera a Dios. Le dio a Dios algo más de dinero. Los que  a veces criticamos a las betas no somos capaces ni de dar una limosna, ni ofrecer nuestra vida a Dios.

Me gustaría saber qué pensaría de mí al salir yo del Iglesia, mientras está tomando Jesús una cerveza, sentado en la mesita del bar.

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