viernes, 24 de mayo de 2013

En Sevilla



Aprovechando el viaje hacia el Rocío que hice la semana pasada, como el tren del AVE llegó a las 12 de la mañana a Sevilla, aproveché unas cuantas horas para pasearme por esta hermosísima ciudad. En ella yo he estado muchas veces -(¡soy sevillano de cuna!)- pero uno nunca se cansa de callejear por los barrios de esta preciosa ciudad.

Así que comencé rezando unas Salve en la Macarena, y dirigiendo mis pasos por la calle Betis, fui contemplando sin ninguna prisa la vibrante vida y el bullicio de los sevillanos de estos barrios. Pasé por el Cristo del Gran Poder, (me admiró la intensa devoción) y después me senté un rato en un banco de la Alameda de Hércules. Entré después en una de las abundantes tabernas que hay por allí, y pedí que me diera de comer. Degusté unas berenjenas fritas como miel y unos pescaditos fritos. Delicioso.

Después del desagradable encuentro en la plaza de la Encarnación con un gigantesco aparato  arquitectónico que ha puesto el Ayuntamiento para cubrir el mercado que allí se hace, .una especie de setas gigantes que hacen de parasol-,  me dirigí hacia el Museo de Bellas Artes de San Fernando. Volví a contemplar las pinturas de Murillo y de Zurbarán, que parecían esperarme. Las Inmaculadas  de manto azul y miradas arrobadas, los monjes con sus hábitos blancos  y en éxtasis. Pero en ese museo la belleza parece salirse de los cuadros y de las salas de exposición. Los patios de lo que fue antes monasterio, con su estanques, sus arriates, sus flores, son otras auténticas magistrales obras de arte. Este museo parece una sucursal sevillana del Generalife de Granada.

 Valieron la pena estas horas en Sevilla.


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