miércoles, 28 de marzo de 2018

UNA FORMA DE VIDA QUE ENVIDIO


Aprovechando unos días de estancia de descanso en Soria, hace dos domingos visité el monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos en la provincia de Burgos. Hacía exactamente años que estuve en ese pueblecito de Burgos. Como siempre qué prendado de su belleza, de su silencio, con la sensación de estar cerca de lo más esencial y hondo,  en definitiva, de Dios.

Salimos aquel domingo pronto de la ciudad de Soria y en una hora llegamos a tiempo de participar en la Eucaristía de los monjes que celebran con una liturgia cuidadísima, limpia y llena de sobriedad. Era Quinto Domingo de Cuaresma y los textos litúrgicos bellísimos fueron cantados, cómo no, con la mejor música gregoriana. A mí y a mis amigos, nos hacía subir al cielo.

Personalmente de la experiencia de estar en Silos no me atrae muy fuertemente ni el gregoriano, ni su sublime liturgia, ni el maravilloso claustro románico del monasterio. A mí me llama poderosamente la atención y me gustaría tener vocación y actitudes para ello, la vida que los monjes realizan en el monasterio. Ese silencio sobrecogedor que pareces "escuchar", la vida callada y ordenada
puntualmente por un horario fijo y sin alteraciones, donde el tiempo fluye al mismo ritmo que el corazón humano y que hace posible la oración constante y continua en comunidad y en privado en combinación con el trabajo sin agobio y bien realizado. Son muchas las cosas que admiro de esa vida de los monjes, pero para las que no me veo con vocación. Aunque aquí y ahora yo tenga una vida tranquila y en cierto modo ordenada, las interferencias y distracciones ya son un habito indeleble en mi vida.

Y no hablo de memoria, imaginando algo que no conozco. Cuando era un cura más joven, tenía por costumbre irme siempre en primavera de retiro de una semana en dicho monasterio. Fueron unos seis años seguidos,  donde me paseaba horas y horas en oración y lectura por el precioso claustro románico, cuando desaparecían los turistas. Los monjes me acogían en su propio edificio y convivía con ellos, en el refectorio, en la Eucaristía, en el canto de las horas.Allí  era uno de ellos. Pero claro, una cosa era vivir en ese maravilloso orden y disciplina  durante seis días y otra bien distinta estar no sólo una año, ¡sino toda la vida!

Me consuelo a los monjes Dios le ha dado esa vocación admirable ya fuerza de pruebas. También otra: ser cura en medio de la barahunnda de la vida.

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