miércoles, 24 de marzo de 2021

LA LARGA TARDE DEL DOMINGO

 


Desde que hace un año ando encadenado en la mazmorra del confinamiento por causa del coronavirus, he observado que muchas veces siento pasar el tiempo de un modo muy lento. Por ejemplo, las tardes de los domingos se me hacen larguísimas y eso que procuro realizar distintas actividades: después de comer, una pequeña siesta, luego leo el periódico del domingo, después un pequeño paseo y al cavar éste, un rato de lectura. A continuación, escribo alguna cosa en el ordenador.

Se me hace muy larga la tarde del domingo.


Igualmente echo de menos el poder saludar a la gente con cierta normalidad: inclino la cabeza como saludo al estilo oriental o me doy un codazo con el otro o pongo mi mano en el corazón: todos me parecen chorradas. Han desaparecido los rituales naturales de encuentro con personas queridas.


Ya no quedan ni espacios de encuentro ni gestos de amor.


También cuando tengo alguna reunión de grupo, acudo como los demás a ponerme delante de la pantalla y por videoconferencia aburrirme como una oveja contemplando en la pantalla siempre el mismo rostro. ¡La comunicación verdadera precisa el lenguaje corporal! No me aporta felicidad el ver al amigo o a los compañeros en imágenes que a veces se congelan y con el sonido filtradoo de sus palabras.


El desánimo, la depresión rondan por mi alma y contra ellos lucho: pues sé que, para vencerlos, no hay vacuna. ¡Es preciso aprovechar esta crisis para revisar radicalmente nuestro modo de vida!


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