viernes, 27 de agosto de 2010

La historia de las palomas

Este mes de agosto se nos colaron por los altos ventanales del templo parroquial dos palomas de la calle. Seguramente, los animalitos pensaron que la cornisa interior de la nave de la iglesia era el mejor sitio, fresco y seguro, para encontrar cobijo y asilo. Por la mañana salían a buscarse la vida por el barrio y a la hora de la canícula y al atardecer regresaban al suntuoso hogar sagrado que se habían buscado.

Allí las teníamos, todas las tardes posadas en la barandilla de la cornisa interior del templo, siguiendo con "devoción" el rezo del santo Rosario o los ritos de la Santa Misa. Una mañana de domingo, en plena acción litúrgica de un bautizo, yo explicaba a los padres y padrinos el significado de lo que contaba el evangelista Marcos en el pasaje del bautismo de Jesús: cómo bajó el Espíritu de Dios sobre Jesús en forma de paloma. Oportuna y sorprendentemente, en ese momento, una de las palomas revoloteó a la largo de la amplia nave del templo provocando una gran risa admirativa.
La cosa se puso más bien inoportuna y problemática cuando en plena Misa solemne de la fiesta la Virgen de los Ángeles, con el templo abarrotado, las palomitas de marras se daban paseos volanderos durante la lectura del Palabra de Dios. La gente ni escuchaba al lector y ni atendía después al predicador, siguiendo con la vista y la cabeza, como los espectadores de un partido de tenis, las maniobras aéreas de los dos volátiles.
Después se hizo aún más molesta: pronto aparecieron huellas y restos de sus necesidades poco higiénicas -plumas, deyecciones-, en los lugares menos adecuados: libros, manteles, etc. ¿Qué hacer, entonces? Si cerramos el acceso aéreo del templo pasaríamos mucho calor y este verano se las trae. Unos feligreses decían, en plan de intervención militar, que con una escopeta de perdigones se acabaría el problema; otros, poco ecologistas, que con un cebo envenenado -pero que no se enterara nadie- morirían.Alguien propuso encaramar un gato a la cornisa para que acabara con las palomas.¿Y si el gato después no  acertara a saber bajar (¡qué conceirto de maullidos!) Hasta que Enrique, nuestro sacristán –hombre para todo- se arreguindó  hasta lo más alto del templo y  fue cerrando los ventanales abiertos que habían provocado el problema. La suerte hizo que las aves se salieran del templo antes de quedar encerradas.
Dos días después comprobamos que las palomas huidas ¡eran padres de dos crías que se habían quedado en el templo! Menos mal que ya eran creciditas y estaba a punto de echar  a volar. Más adelante, no sé si por inanición, encontramos uno de los pichones muerto en el suelo del templo. El otro, vivo y refugiado al lado de un confesionario. El sacristán lo capturó y lo soltó en el amplio patio interior de las dependencias de la parroquia, dejándole comida y agua. Al día siguiente ya no lo encontramos. Los ventanales los volveremos a abrir colocando antes telas metálicas protectoras.
Moraleja: ¿Habrá que decir que el Espíritu Santo es una realidad virtual que no tiene mucho que ver con las palomas del templo?

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