martes, 5 de julio de 2011

Silencio sobre Dios


NO ME HABLÉIS TANTO DE DIOS,  dejadme que yo mismo, si existe, dé con él, que lo detecte en su silencio y escondite, él tan tímido. Lo haría mío. Y juro que no hablaría a nadie de él, precisamente para no estorbar con mis locuacidades huecas sus nuevas posibles epi­fanías. Trataría de no interferir. Cada uno —por lo que veo— hace su Dios según le vaya, y lo gritan, lo traen y llevan, lo alborotan en iglesias, jaimas y minaretes.
Yo amo el silencio y hago de él mi almohada, mi agua mañanera, mi sol y mi jornada. No me aver­güenza decir que el silencio es mi droga. Me gusta que el silencio me envuelva de vez en vez, respirarlo, palparlo, adormirme en él, morir y deambular por ahí —no sé dónde— de puntillas, sin hacer ruido. Los judíos no pronunciaban el nombre de Dios por no disturbarlo, para que no fuera deteriorándose al roce de los labios de los mortales.  Dios deberá ser —creo—esencialmente silencio, duda y búsqueda.
(Del libro: Plegarias ateas, Madrid. PPC 2011) Autor: Ignacio Rueda.
[Unas oraciones que los creyentes deberíamos también rezar]

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