En la parroquia anterior, donde ejercitaba mi ministerio sacerdotal,
por estas fechas –pese a que los colegios cerraban- parecía no acabarse el
curso. Una celebración u otra (semanas culturales de las cofradías y otros eventos)
seguían ocupando los días del incipiente verano. Lugo venía la fiesta de la
Virgen de los Ángeles y todos sus preludios y preparativos. Así, acababan unas fiestas
y empezaban otras. A lo sumo, se notaba que era verano porque el horario de misas
adelgazaba.
Ahora y aquí, la situación (por lo menos como la percibo) parece
diferente. Dentro de unos días la inmensa mayoría de mi feligresía habitual
desaparece y se desperdiga por pueblecitos de veraneo, chalets, y otros lugares
de mejor clima. (El sábado pasado al final de la Misa de fin de curso, muchos
ya se despedían). Parecía la gran dispersión.
Cambiaré pues el horario, y me quedaré casi solito con el calor
a veces apabullante de nuestra ciudad que aliviaré con el parque del río que
florece tan cerca.
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