viernes, 18 de enero de 2019

PRECIOSA, FAMILIAR LISBOA






Hace medio año estuve en Lisboa solo unas ocho horas, aprovechando el tiempo de espera del transbordo de un viaje a Nueva York. No sé si por el cansancio o la fatiga provocada por el cambio de horas, no me llamó me llamo mucho la atención. Ahora, otra vez, en los primeros días del año he estado de nuevo con unos cuantos amigos en la capital de Portugal. Y esta vez me ha encantado. Aunque han sido solamente dos días, he descubierto y disfrutado de una ciudad muy familiar, muy pintoresca y muy mediterránea.

Pasear por el barrio de Alfama -el núcleo urbano más antiguo de la ciudad- ha sido un verdadero placer. Sorprendente me fue andar por sus abigarradas calles en cuesta recorridas por los tranvías que me recordaban a San Francisco y mirar las fachadas viejas y variopintas con sabor a pueblo, a la arquitectura de El Cabanyal.  Casi increíble también ver, al fondo de los callejones empinados, el amplio mar-estuario con los barcos y cruceros, algo sorprendente.Luego está la otra Lisboa, la más moderna con sus enormes avenidas y ese puente inmenso que parece de ciencia ficción que vuela como una gaviota por la enorme bahía y estuario del Tajo. 


Al final del segundo día, visité la preciosa Torre de Belén, ese edificio fortaleza de estilo plateresco o manuelino -parece una bombonera- que despedía y acogía con la bienvenida de sus graciosas formas  a los valientes marinos que salían o regresaban del océano. Tuve la fortuna de llegar hasta allí en la hora en que se ponía el sol. Rápidamente la niebla se estaba apoderando del horizonte pero el disco rojo y sus sangrantes resplandores se apoderó del edificio, con el Atlántico al fondo. Un bellísimo espectáculo lleno de belleza. Deslumbrante, inolvidable. Para volver.

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