miércoles, 20 de octubre de 2010

Errante soy y peregrino 3

Galilea es, de toda Tierra Santa, el espacio que más me ha recordado a Jesús. Un paisaje natural, no manipulado, abierto y sin transformaciones, que te hacía pensar en un Jesús, primerizo optimista, juvenil y andariego, de sabios consejos y de sencillas honduras, cercano a la gente. La orilla del lago de Tiberíades te invita a respirar ese mismo aire, navegar esas mismas aguas  y admirar ese cielo que sería hacia el que dirigiría su mirada orante el mismo  Jesús.
En el Monte de las Bienaventuranzas parecía escucharse, como un susurro, las mismas palabras del Señor anunciando ese nueva utopía del Reino de Dios. En el Tabor, nos sorprendió un bellísimo atardecer, sin duda trasunto de aquellos brillos y luces que embobaron a Pedro. Se entiene perfectamente que quisiera quedarse para siempre allí.
Todos aquellos lugares santos, además, cuidados por religiosos católicos, respiran sosiego,  paz y limpieza.

El río Jordán

Vista general del Lago de Tiberiades

En la orilla del lago de Tiberíades

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