viernes, 15 de octubre de 2010

Errante soy y peregrino




Memorias de un viaje (1).

En el desierto de Wadi Rum

Regreso de un largo viaje a Tierra Santa y Jordania. Cansado y aturdido después de tantas horas de avión y autobús, con la acumulación de la fatiga de tantos días, ahora uno vive en la memoria un aluvión de recuerdos, vivencias y experiencias, que, como la mezcla de distintos fluidos de un líquido, irán poco a poco sedimentándose. Siempre pienso lo mismo sobre los viajes que se hacen en grupo con otros viajeros: al final, la convivencia con las personas con quienes has compartido las distintas circunstancias del viaje, el descubrimiento de sus personas que han vivido contigo las incomodidades propias y normales del periplo, la amistad naciente con ellas, la nostalgia de  la despedida final, sabiendo que a muchas de ellas ya no las vas a ver más,  me tiñe la memoria del viaje de cierta melancolía y más cuando la convivencia ha sido prácticamente modélica.
Viajar en solitario posee las ventajas de la experiencia única y personalísima (¡aquellos viajes romanticos y aventureros!), viajar acompañado de un grupo muy homogéneo garantiza la ausencia de sorpresas, pero viajar con gente que al principio no conoces, tiene el aliciente del descubrimiento, no sólo de los lugares a visitar, sino sobre todo de las personas con las que durante días te relacionas continua e intensamente. Esta primera impresión de mi viaje es el reconociendo agradecido, sorprendido y dichoso de estos días vividos con estos mis compañeros/as de viaje. Donde ahora estén –en los cuatro puntos cardinales de España- les deseo felicidad, dicha y la bendición de Dios. creo que es  lo mejor de todo este viaje.

Los amigos en la casa de Lázaro

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