domingo, 26 de diciembre de 2010

Ya ha pasado la Navidad.

Algunos lo dicen con pena, otros con alborozo. Depende, claro, de cómo les ha ido (y de cómo les va). La Navidad es un estado de ánimo. Para mí es algo muy especial (entrañable, luminoso, gozoso –que no alegre). Sin embargo los alrededores de la navidad me dan mucha melancolía: no entiendo el alboroto, los tumultos, la ansiedad de las compras, la hartura de las comidas.
Ahora vienen los dís de Nochevieja y Año Nuevo: de eso sí que paso. Intentaré  transitar por esos días sin ruido, como de puntillas…
Y por último Reyes. Retorna otra vez una celebración desde el punto religioso, entrañable, ingenua, hasta naïf… Pero son demasiados días de jolgorios y eso que ya no tengo estímulo de no tener que ir al Instituto. De todos modos, este año mi día de Navidad fue algo muy especial (y hubiera sido algo muy triste si no fuera porque uno ya se anda acostumbrado). Como me tocaba servir por la mañana el tanatorio, ¡me tocó presidir cuatro entierros! Naturalmente, ese día no se puede celebrar misa exequial, por lo que celebré  la Misa del día de Navidad. Algo paradójico, melancólico, pero me fue fácil consolar a los familiares en duelo hablándoles de que el nacimiento de Jesús era el arranque de nuestro nacimiento para el cielo.

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