jueves, 8 de septiembre de 2011

Libros, libros, libros.



Ayer estuve en el Arzobispado  para recoger unos impresos para bodas que me hacían falta. Allí, la empleada que me los facilitó me regaló un abultado y pesado volumen de de un libro que celebra distintas efemérides de una parroquia muy céntrica de Valencia. El autor era su cura emérito. La edición, en papel cuché, tamaño folio, tapas duras y profusión de fotografías, es de lujo. Lo que cuenta el libro parece periclitado. Debe ahora quizá interesar a algunos de sus feligreses. Como iba acompañado, también le regaló otro ejemplar a mi amigo. Pero viendo que podía colocar más, nos entregó otros tres ejemplares para que se los pasáramos a otros. Total, que cargamos con cinco libros. La sentí aliviada por la abundosa distribución. Nos enseñó la pila de cajas de libros que aún tenía que repartir: más, nos mostró otras cajas con otras publicaciones y nos dijo que nos lleváramos los que quisiéramos.

La edición estaba patrocinada por un estamento oficial. Cuantos libros se habrán publicado con el peculio particular de su autores y la colaboración de las instituciones, y duermen en los sótanos del olvido!

Después me pasé por una librería religiosa cercana y allí entre muchos otros de la misma índole, hojeé un libro de más de setecientas páginas con un título tan abstruso e ininteligible que me obligó a mirar su índice para ver de qué trataba. Tampoco me enteré mucho. ¿A quien pueden interesar ciertos libros escritos sólo para satisfacer la vanidad y  los egos de algunos aficionados a escribir? ¡Qué lástima de esfuerzo intelectual e ilusión pastoral gastados en vano!

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