Estuve la
semana pasada en los Pirineos, concretamente en el valle de Tena. Fue una breve
escapada de dos días. Allí uno quedaba sobrecogido por las soberbias cumbres de
los altos montes que ya comenzaban a coronarse del blanco de las primeras nieves. El paisaje de otoño, pintado de
colores rojos, ocres y amarillos te dejaba impactado hasta el delirio. Los
arroyos y torrentes, adivinando ya la parálisis de sus primeros hielos, corrían
por las laderas, saltaban por las torrenteras. Tal es la belleza de la alta
montaña y que siempre se queda en el recuerdo de tu corazón. Cuando yo ando muy
agobiado y estresado, acudir a la memoria de esos paisajes es un auténtico
alivio.
Ahora
estoy en Gilet, en la Sierra Calderona, haciendo ejercicios espirituales, alojado
en el monasterio de Santo Espíritu, en medio de sus hermosas montañas, menos
espectaculares que las de los Pirineos, pero con igual encanto, y aliento de
paz. Sales a pasear y por los caminos sólo se oye el leve y continúa zumbido de
las abejas, volando de una a otra flor para libarlas. El brezo, el romero,
tomillo están todos en flor. Las “varas de San José”, el "raim de pastor", el "margalló",
las carrascas, las jaras, las murtas y
el esparto, han reverdecido gracias a las copiosas lluvias de hace unos días.
Estamos en otoño, pero parece primavera. El silencio es total, y el día
soleado, apacible, agradable. A lo lejos, se oyen voces humanas que parecen dar
alma a las laderas de los montes tapizados de pinos verdes. (Gilet está a 30 km. de mi casa).
Qué fácil es aquí,
junto con la oración y la meditación, encontrar tranquilidad y sosiego. ¡Estoy
en el umbral de la Zona, casi en el paraíso!
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