En esta tarde de domingo, hojeo un libro de poemas de Carlos
Orozo. Bello entretenimiento pero mal asunto, porque muchas veces, ante el
final de sus vidas mi homenaje a los poetas que se mueren es releer algunos de
sus versos. ¿No seré del club de los poetas muertos? Como así ocurre en esta tarde
fría en que el invierno parece adelantarse. El gran poeta de Vigo y no muy conocido Carlos Orozo, falleció, unos días ha, a los 93 años. Las palabras que
vienen son de una reseña periodística aparecida en “El Faro de Vigo”.
“El poeta de la luz. De la naturaleza. De la mujer. De lo
invisible. Puro. Soñador. El que renunció al mundo para disfrutar de la vida.
La pasión poética. El hombre que transita por los márgenes para no extraviarse
del centro. Concéntrico y excéntrico. El uno y la otredad. El raro. El maldito.
Un resistente. La piedra en el zapato del sistema. El que ama al hombre pero
abomina de sus máscaras. Romántico. El poeta sin bandera, patria ni fronteras.
Universal. Libre. Juglar anhelante. Poeta doliente. Poeta dichoso. El cantor
inocente. Sinfónico. El que ve más allá porque se detiene en lo más cercano. El
caminante que sale al encuentro y encuentra porque jamás busca. El que sueña
con ninfas y se alimenta de versos. Circular. Extático. Solar. Es Carlos Oroza.
EL POETA.”
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