viernes, 5 de noviembre de 2010

Errante soy y peregrino (5)

Los pobres
Los pobres. Siempre son ellos los que roban el protagonismo, a los ricos, a los guapos. Vivo en un barrio donde abundan y nunca se acostumbra uno a ellos. Los pobres siempre están donde molestan al turista. Como moscas sobrevienen al bajar del autobús para venderte postales o toda suerte de quincalla. Delante de la fachada bonita, del monumento histórico, del paisaje indescriptible, degradando a veces el lujo de la entrada del hotel, había siempre un pobre.
En mi viaje a Israel-Palestina-Jordania  he visto muchos de ellos de modo que sentía cierto escrúpulo cuando entraba en  mi hotel de lujo, o me ponía delante de buffet cargado de exceso de comida. Curiosamente,  he visto escasos mendigos pero sí pobres de solemnidad poblando aldehuelas casi fantasmales, chabolas decrépitas, barrios urbanos marginales, olvidados por los que detentan los poderes dedicados enriquecerse a costa de ellos. Se dice “olvidados de la mano de Dios”, pero eso es mentira, porque el grito del pobre siempre sube hasta Dios.
Los pobres en Jordania son pobres porque participan de la misma inmensa pobreza del país. Un país sediento y cuyas riquezas –las minas de fosfato, el turismo- están como siempre en manos de los caciques –llámense reyes o sultanes- y de la multinacionales. Los demás, a  sobrevivir y a mendigar.
Los pobres de Israel son otra cosa. No son judíos, son palestinos. Son pobres “empobrecidos” porque lentamente les han ido quitando sus posesiones, su espacio vital, su lugar al sol. Ahora delimitados, asediados, constreñidos, ahogados por una muralla gigantesca, coronada de alambradas con púas que mueve a una inmensa indignación a aquel que lo contempla. Con torres de vigilancia estilo campo de concentración nazi. Con feroces controles en los escasos lugares de paso: soldaditos/as armados hasta los dientes, revisando pasaportes, sembrando de trampas el firme de las carreteras.  Belén, la dulce ciudad donde nació Cristo, es una pesadilla: sitiada como si fuera una ciudad de apestados. A los pobres palestinos, si les miras a los ojos, ves en ellos una inmensa tristeza, pero también, la chispa poderosa de la rebeldía.
La llamada Autonomía Palestina parece una burla. Los barrios judíos limpios, ordenados, bien equipados. Los palestinos, con las calles sucias, caóticas con tenduchas y negocios decadentes. Casas que piden en sus fachadas un poco de pintura, ventanas desvencijadas, balcones o terrazas por restaurar. Basura por todas partes. Callejuelas llenas de gente y niños con sus ojos grandes y negros, sus churretes y mocos, sus cabellos ensortijados y revueltos y su mano tendida en busca de una moneda. ¡Ir a Tierra Santa es hacerse palestino!

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