martes, 23 de noviembre de 2010

Hail!, bright Cecilia

Ayer fue la fiesta de Santa Cecilia. Fue una doncella que vivió hacia finales del siglo II y murió martirizada. Históricamente poco se sabe de ella. Hagiográficamente (esa mezcla de historia magnificada, tradición y leyenda mágica entreveradas) algo más y se la asocia con el mundo de la música.
Es bonito que ella, Cecilia, sea la patrona de los músicos. Ellos, compositores e intérpretes, con la música consiguen que el mundo sea un poquito mejor. Para mí la música (la popular y la culta) ha sido siempre mi mejor compañera. Me ha hecho entrar en lo más sublime del arte, me ha hecho acercarme a Dios, casi a “tocarle”. A mí, oyendo a veces ciertas músicas, la emoción me aflora y me provoca que se me salten las lágrimas.
Los que me conocen saben que el cine es mi afición favorita. Pues no es del todo verdad: a una isla desierta yo me llevaría una sinfonía ante que una película. ¡Y eso que en música también soy un autodidacta!
Anoche, como homenaje a Santa Cecilia, estuve escuchando al Oda en el día de Santa Cecilia, de  Henry Purcel. Esta mañana, nada más levantarme me he puesto en el reproductor la Misa a Santa Cecilia, de Charles  Gounod: ha sido la mejor manera de empezar el día.

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