lunes, 1 de noviembre de 2010

Atardecer azul en Viver

Ayer tarde, estuve en Viver, que está en el límite de las provincias de Castellón y Teruel,  con los adolescentes y jóvenes de una Cofradía de la Parroquia, para celebrar con ellos la eucaristía. Fue estupendo. Los chicos/as vivieron con interés y relajados la celebración, donde participaron todos. Seguramente, también, les pesaba el cansancio de dos días con sus noches ¡sin parar! de convivencia juvenil.  Casi al acabar tuvimos que precipitar algo el final de la misa, porque una nube suelta y muy negra, comenzó a salpicarnos con sus gotas de agua.
Al regresar,  gocé como nadie de las delicias de una tarde de otoño. Como Viver está a  mitad de ese escalón natural que media entre el borde de la meseta y la orilla del mar, los valles que van de oeste a este descienden suavemente hacia el mar y la autovía los salva con suaves curvas, se deslizándose suavemente por sinuosas pendientes y  enmarcadas por montes que son colinas cubiertas por densas pinadas y  y tupidos arbustos. Después llagan los huertos de naranjos que convierten las laderas de los valles en manteles de terciopelo verde. El sol del atardecer que era frío y ventoso les daba un tono casi irreal. Algunos pueblecitos, con sus calvarios blancos encantaban el paisaje.
Pero lo mejor no estaba sólo en la tierra, sino en el mismo cielo, abierto y  de un azul pálido esplendente. Como si fuera un tapiz, éste estaba salpicado de nubes con formas caprichosas. No era un atardecer rojo, sino muy azulado. Hacia el mar se veía cómo una nube más oscura descargaba su cortina de agua y formaba a la vez una robusta columna con el arco iris, que parecia surgir de las aguas. Otras nubes de formas muy caprichosas –deshilachadas, algodonosas, fungiformes- , transformaban el cielo en un lienzo de pura fantasía. Regresé a la ciudad de Valencia verdaderamente distendido. ¡Cuánta falta me hace estar más en contacto con la naturaleza!

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