domingo, 10 de abril de 2011

Ponce, el torero, Pregonero de la Semana Santa.

El viernes pasado tuvo lugar en la parroquia que regento el Pregón de la Semana Santa Marinera de Valencia 2011. El pregonero fue el torero Enrique Ponce. A uno se le encoge el corazón y se le aparece la perplejidad al pensar que un discurso sobre cosas tan sagradas como son la  pasión, muerte y resurrección de Cristo se le encomienden a una persona que se dedica al bello arte de Cuchares.
Fue una verdadera sorpresa. Los prejuicios que quizá alguien podía tener sobre el resultado final se derrumbaron enseguida. El torero de Chiva hizo un discurso sencillo, elegantes, lleno de sabiduría,  de verdadera religiosidad de creyente y además muy bien pronunciado. Habló de sus recuerdos de niño, de su profesión – el toreo-, y lo  comparó con elegancia con el otro toro que también tuvo que lidiar Jesús: el de su pasión y muerte. Habló de la cultura entendida como algo que brota del pueblo sencillo y que no se puede imponer. En resumen, un sorpréndete, culto, bello y piadoso discurso.
Y es lo natural: como lo es este matador de Chiva. Muy delgado, elegante, con un aire de sencillez que se confunden con timidez y  discreción. Ni qué decir tiene que el templo estaba a rebosar, que los políticos de la ciudad  –la alcaldesa al frente- ocuparon los sitiales  de honor y una nube de fotógrafos y cámaras incordiaba con el centelleo constante de sus flashes.
Al final del todo habló el Arzobispo. A mí en verdad no me gustó mucho. Agradeció a Ponce su “valentía” (¡) por declararse creyente en público, (como si viviéramos ahora en el siglo de  Diocleciano) y habló de tolerancia y "tolerancias": todo el insoportable y catastrofista discurso oficial de la actual Conferencia Episcopal. Una pena, porque  podía haber aprovechado algunas de las bonitas ideas que Ponce expuso en su bonito Pregón de la Semana Santa.

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