sábado, 16 de abril de 2011

¿Dónde está la casa de mi amigo? (6)

Homenaje a un compañero y  amigo: Jesús Marqués.
Me he enterado muy tardíamente de la muerte de Jesús Marqués. Fue un de esas muchas personas cuya relación con él te marca  toda la vida. Era director espiritual en el seminario, cuando yo era joven, en los penúltimos años de mi vida aspirante al sacerdocio. El director espiritual en mi años de formación solía ser un hombre bueno, que no tenía poder disciplinar y con quien nosotros además de las consultas del alma, solíamos conversar con total y completa libertad. No lo veíamos como un “cuenta-ve-y-dile”  de aquel rector, ponderado por muchos, que era una especie de déspota ilustrado,  Antonio Rodilla.
Jesús Marqués, además de dirigirnos espiritualmente, también, por lo menos conmigo ocurrió, nos guiaba culturalmente. había estudiado en París, había leído muchísimo, y estaba totalmente imbuido de la cultura francesa. En el siglo XVIII hubiera sido de tachado de afrancesado. Pero allá por los años sesenta, no estaba mal su labor cultural, en un seminario donde se nos preparaba muy bien pese a que muchos de los profesores que teníamos se les caía la baba ante los intelectuales alemanes.
El bueno de Jesus me dio a conocer a escritores de la talla de Charles Peguy, Albert Camus, Georges Bernanos, Julen Green, François Mauriac. A todos nos recomendaba leer el “El Principito”. Hay que decir que fuera de los muros nuestro seminario, estos autores eran prácticamente desconocidos e inaccesibles, dada la censura férrea franquista.
Jesús marques dejó su cargo del seminario y estuvo unos años de párroco en la parroquia de la Esperanza en Valencia. Allí coincidí yo cuando me enviaron de cura  a la parroquia de María, madre de la Iglesia. Coincidíamos en las reuniones de arciprestazgo. Seguía siendo el hombre inquieto cultural, pastoral y litúrgicamente. En esto era hombre muy original. Mi relación de seminarista se trocó en amistad de sacerdotes. Una vez a la semana salíamos a hacer una pequeña excursión por la diócesis que acababa  en una comida en el bar de algún pueblecito. Hablábamos de todo y, sobre todo, de cultura humanista y cristiana.
Después se desinfló en su vocación, se secularizó y se casó. No sé cómo le fue su matrimonio (creo que mal) y yo le perdí la pista. Algunos años en semana santa venía por los Ángeles, la parroquia donde ahora ejerzo, a ver nuestras procesiones. Lo vi viejo, desengañado, pero al mismo tiempo le veía brillar en sus ojos miopes la luz de la ilusión, el brillo de la curiosidad intelectual. Ahora  sé que murió hace unas semanas. De haberme enterado, hubiera estado en su entierro. Ya he ofrecido más de una misa por su alma y seguiré rezando por él. Tengo la certeza de que la casa de mi amigo ahora está en la otra orilla, la de Dios.

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