Situada casi en el centro geográfico de Polonia, Cracovia es la ciudad más bella que visité en mi último viaje a ese país. Tiene una plaza de inmensas proporciones, presidida por la catedral, de la que fue Karol Wojtyla arzobispo, de altas y puntiagudas torres. Desde lo alto, allí un bombero (sic) subraya con su trompeta las distintas horas del día y desde el altísimo ventanal saluda con efusión a los turistas que le aplauden con entusiasmo. (El truco está en descubrir desde cual lejanísima ventana relumbra la trompeta. A mí me costó encontrarla).
Puestos de flores, terrazas de cafeterías que, una hora sí y otra no, se guardan de la lluvia imprevista que riega la plaza, a un extremo de ella, un pequeño templete, con ese estilo barroco de bombonera rococó, recibe devotos, curiosos y turistas. ¿Habéis visto qué hábitos más religiosos, aunque algunos sean ateos, descreídos, rojos, judíos o masones, adquieren los turistas en sus viajes? Ven una iglesia abierta: allá entran.
Turistas en Cracovia |
Como fuere, Cracovia es un encanto de ciudad. En la Segunda Guerra Mundial, ni alemanes ni rusos la destruyeron. Gente muy tranquila, establecimientos de pastelería y chocolates que rompen cualquier dieta, y terrazas con sillones y sofás donde además de tomar cualquier “delicatesen” o gollería se puede contemplar un paisaje urbano centroeuropeo de ensueño.
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