Si os queréis convencer, de qu sí, va al Paraíso, iros al cine y ved “Las Nieves del Kilimanjaro”, de Robert Gédiguian, un cineasta cuyo cine ha tenido como foco el sufrido pueblo obrero de Marsella. Os reiréis, lloraréis, os emocionaréis y además, para que todos salgamos contentos, al final, os llenaréis de esperanza.
Habla de un
sindicalista honrado que es capaz de sacrificarse por sus compañeros, de su
esposa, una brava y dulce compañera, de unos hijos que se alejan en mentalidad
de su padre, de un regalo de un viaje al Kilimanjaro con safari incluido; y cómo
todo después parece irse al trate.
Película
realizada con sencillez y amenidad pero también con rabia y coraje, se crece al
venir de un cineasta –viejo luchador de la clase obrera- que aún con el desgate
de tiempo no ha renunciado a algo tan fundamental que parece olvidarse constantemente:
la dignidad del ser humano, eso tan sagrado que tiene hasta el más miserable:
su persona. La película se mueve con fluidez tranquila pero sin dar pausa: las
cosas no son a veces como parecen y el dolor, el sufrimiento se nos muestran como
algo inevitable provocado a veces por seres humanos que también necesitan redención. Esta cotidianidad de vida y
personas se ve reforzada en el filme por las interpretaciones de unos actores
que con gran naturalidad encarnan sus papeles. Hay que destacar la aparición
de Ariane
Ascaride,
de mirada honesta y cariñosa, en el papel de la esposa del protagonista que es
a la vez en la vida real la mujer del director y actriz habitual en todas sus películas, y a
Jean-Pierre Darroussin,
de semblante sencillo y honrado. Ella es el catalizador y contrafuerte de todas
las vicisitudes que ocurren en su familia, donde posturas y reacciones encontradas
se suceden para dar al final un discutible pero muy hermoso mensaje de triunfo
del bien sobre el mal.
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