El obispo de Alcalá de Henares, Juan
Antonio Reig Pla es compañero mío de curso. Estudiamos juntos y nos ordenamos
en la misma promoción. En los años que estudiábamos filosofía en el seminario
fuimos incluso muy amigos. Nos pasábamos los apuntes de clase e incluso estudiábamos
juntos. (Aun recuerdo su caligrafía límpida y ordenada). Después de la
ordenación, nos fuimos alejando el uno del otro, aunque seguimos siendo amigos.
A mí me ascendieron a las tierras altas de la Serranía, como párroco de unos pueblecitos
perdidos. Él comenzó a subir escalones hasta llegar a obispo. Obispo polémico,
con declaraciones constantemente importunas y no del todo bien explicadas. Lo
suyo parece una obsesión: es verdad que hay que predicar el Evangelio, pero
todo íntegro; hay muchos más aspectos de la sociedad en la que vivimos que necesitan
la luz (¡y el bálsamo!) de nuestros pastores. No se puede guiar a las ovejas
(ni llamar a las descarriadas) amenazando siempre con un “¡que viene el lobo!”
Ahora que también los otros, en especial
los representantes políticos de la cuna de Cervantes o sea, la noble y docta
Alcalá de Henares, se han pasado varios pueblos. No se puede censurar a nadie porque
sus declaraciones no sean ni cómodas ni políticamente correctas. Lo del obispo
no es homofobia, son unas palabras sacadas de contexto que a lo más pueden ser
discutibles (y dichas además inoportunamente en medio de un sermón de viernes
santo).
Pese a que algún mitrado ha recordado que
nadie puede hacer crítica de la doctrina de la Iglesia (¡uy, que dogmatismos!),
creo que la Iglesia tiene derecho a proclamar su doctrina pero con muchísima
más humildad que como a veces lo hace. Pero también, reaccionar tan
virulentamente como lo han hecho los progres de Alcalá me parece un desvarío:
la misma intolerancia que quiere denunciar el ayuntamiento complutense la practica el mismo y el fuego de la hoguera
de la vieja Inquisición se reaviva con la leña que los concejales ofendidos
arriman. Seguramente es una regresión; la Inquisición retorna a donde nació: a
los intereses políticos y los gobernantes laicos de los medievales.
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