martes, 21 de septiembre de 2010

El congreso se divierte.

He estado cuatro días en Barbastro, como miembro del XXIII Congreso de Cofradías Penitenciales de Semana Santa. No sé para qué, pues no ha sido del todo interesante. Bueno, al menos he descansado, aunque el regreso (siempre fatiga más) fue demoledor: las cinco horas holgadas que dura el viaje en el autobús, con el vídeo encendido y el sonido a toda pastilla. (Si lo hubieran apagado, hubiera sido peor: con música y radio puesta todo el rato. ¿En los viajes colectivos no hay ninguna normativa que respete los derechos al silencio de los viajeros?
Las ponencias -salvo dos- fueron muy flojitas, especialmente la de uno de los ponentes, con mucha fama y pedigrí. Dio la sensación de que no estaban preparadas, pero cuando se tiene pico de oro, se sabe salir del paso. Y eso que el tema del Congreso era de enorme interés: la dimensión social y caritativa de las cofradías. Los cofrades de Barbastro, con sus pocas posibilidades, se volcaron y eso que imagino sus medios no eran muy abundantes.
Barbastro es una ciudad que parece haber crecido descompasadamente. Su núcleo urbano antiguo es hermoso, bastante abandonado y decadente, aunque conserva algunos palacios renacentistas de ladrillo rojo muy bellos, como lo es también su catedral, que necesita una mano de restauración.
 Lo más impactante: la visita al mausoleo de los Mártires Claretianos que estuvo llena de emoción. Decepcionante: la visita a Torreciudad (hacía muchos años que no había estado). EL edificio me pareció una mole artificiosa en desacuerdo y contraste con la placidez del paisaje prepirenaico. ¿Será que como estaba nublado por el norte no pude ver mis amadas montañas pirenaicas? Lo más delicioso: los estupendos vinos del Somontano.

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