martes, 21 de septiembre de 2010

Un Papa en la corte del Rey Arturo

Tras cuatro días de visita, Benedicto XVI ha finalizado un viaje de suma importancia y que se escribirá en la historia: ha sido el primer Papa que ha pisado uno de los países que mayor oposición ha tenido la Iglesia católica. Y ha triunfado: incluso “El País” el periódico más sectario y reticente con la figura del Papa, reconoce, malgré lui- el éxito de tal viaje. Seguramente ha sido un reflejo de lo que la prensa más rabiosamente laica de Inglaterra ha acabado reconociendo: “Le retrataban como un diablo, como el Rottweiller de Dios y resulta que es un buen chico”. “El mito Rottweiller, disipado”. “Llegó, vio y convenció”. Son algunos de los titulares de la prensa más crítica.
El penúltimo día beatificó al Cardenal Henry Newman, un auténtico coloso, impulsor de un catolicismo vivido en la frontera, en minoría y cuya sombra alcanzó incluso un grupo de grandes escritores polemistas, cultivadores de la paradoja y el debate que dejó muy atrás a otros escritores (del bando opuesto y más representativos del anglicanismo, y que hoy están todavía en ese purgatorio al que muchos llegan después de la fama: Bernard Show, H. G. Wells, Bertrand Russell, Aldous Huxley).
Frente a ellos el gran G. K. Chesterton, Carl S. Lewis, Tolkien, Grahan Green, Anthony Burgess y un largo etcétera se erigen como escritores independientes, libres, originales, irreductibles al poder establecido a lo políticamente correcto. Hasta el mismo cine ha acudido a reivindicar su actualidad. Esta noche pasada, recordándolos y en la lectura de mi mesita de noche, he leído un capítulo de  “Cautivado por la alegría”, escrito por Carl S. Lewis que aperece en la foto adjunta.

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