lunes, 24 de septiembre de 2012

El verano de Nerón



Chulilla es un pueblo muy bonito. De los más pintorescos de la Comunidad Valenciana. Situado en una de las dos muelas que el rio Turia ha horadado, su caserío se recuesta mansamente sobre la escarpada ladera de una de ellas. Las ruinas de un castillo, ahora restauradas, lo coronan. Bosques de pinos, ya escasos porque hace veinte años un incendio los devastó, adornan las laderas de los otros montes. Al fondo del pueblo, las riberas del río son huertas donde hortalizas y árboles frutales son cultivados con mimo por los laboriosos chulillanos.

Allí, varios restaurantes y bares te sirven siempre una buena comida. Su carne de cordero y sus embutidos son estupendos. Sus paisajes te ensanchan el corazón y cuando yo era un sacerdote más joven, acompañaba a mis grupos juveniles en aquellos bellísimos parajes. Aun no estaba prohibido hacer “vivac” y dormíamos a la intemperie, para, por la mañana y muy temprano,  hacer camino desde los eucaliptos del Balneario hasta llegar a la Peña María de Gestalgar y Bugarra o llegarse hasta Pedralba. Lo recuerdo muy bien, aquellas largas caminatas nos fortalecían el cuerpo y el alma.

Hoy, ahora, están ardiendo. Ante la impotencia de todos. Yo diría ante el desinterés de algunos que pudiendo poner medios y prevenir no se enteran o no quieren hacer nada. Los locos pirómanos no desaparecerán nunca, pero o los ayuntamientos o gobiernos o la fuerzas sociales tienen un claro deber de preveer y prevenir estas catástrofes 

Ahora, junto a las cenizas, no nos queda más que llorar.

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