El domingo pasado,
por motivos muy particulares, estuve en una Primera Comunión fuera de mi
parroquia. Me fijé grandemente en cómo se desarrolló la ceremonia: farragosa,
larga, kistch, infantiloide, descafeinada. Igualito, igualito que yo hago también
en los Ángeles...
Pues sí, no estoy a gusto con el modo cómo
celebramos en muchas parroquias las Misas de Primera Comunión. Montamos un
teatrillo de gestos solemnes, donde los niños siguen interpretando sus marciales
papeles de a almirantes y y las niñas
sueñan con ser princesas. Portan flores en las manos que entregan tiernamente a
sus mamás, hacen reverencias aquí y allá,
se mueven con movimientos simétricos en plan ballet “Lago
de los cisnes”… en algunas ceremonias a los niños les falta el fusil para desfilar
aun más rotundamente.
Cantos blandos e infantilizados
en exceso… Todo un montaje teatral que está lejos del espíritu de la verdadera liturgia.
¡Pasen y vean, es todo un espectáculo!
La eucaristía a y
la comunión quedan eclipsadas y trasformadas en una ceremonia blanca en donde
los niños tiene que estar pendientes de un guión para la ejecución de la puesta en escena y seguirán sin enterarse
qué es y a qué compromete acercarse al altar para recibir la comunión.
Si revisamos constantemente
y somos críticos con padres, que se empeñan en vestir a los niños con toda suerte
de trajes curiosos y lujosos también las
parroquias debería contrarrestar esa tendencia ampulosa buscando una realización
del entrañable acto de la Primera comunión, en la sencillez y la eficacia real
del Sacramento de la entrega y la solidaridad.
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